Julio Cortazar nació el 26 de agosto de 1914 en Bruselas, Bélgica. Su padre trabajaba en la delegación comercial de la embajada argentina. El nombre original del escritor fue Jules Florencio Cortazar Scott. Cuando la Primera Guerra Mundial culminó, los padres (Julio José Cortazar y María Herminia Scott), llevaron a su hijo a Argentina, pasando su infancia en Banfield.Julio se cría con su madre, una tía, su abuela y su hermana Ofelia, un año menor que él. Su vida entonces fue marcada por la afición a la lectura, la compañía de su hermana y el abandono del padre. A los nueve años, escribió una novela y un conjunto de poemas, inspirados en un amor adolescente y el mundo ficcional de Edgard A. Poe.
En 1932 se recibió como maestro de escuela en la Normal Mariano Acosta y trabajó en varios pueblos de Argentina como docente: fue maestro de bachillerato en Bolivar y Chivilcoy (1937-1944); enseñó literatura francesa en la Universidad de Cuyo, en la provincia de Mendoza (1944-1945) renunciando a ésta por su postura contraria al peronismo.
Luego, se graduó como traductor en la Universidad de Buenos Aires. Formó parte de la Cámara Argentina del Libro en Buenos Aires de 1946 a 1948 , y fue traductor independiente en Argentina de 1948 a 1951, año en que se mudó a París, donde fijó definitivamente su residencia y se ocupó como traductor de la UNESCO, mientras desarrollaba una brillante y prolífica carrera literaria. Su primera obra publicada fue el poemario Presencia(1938) que firmó como "Julio Denis". Publica cuentos en varias revistas (Canto, Huella, Sur). En 1949, apareción Los reyes, texto dramático que recrea el mito griego del minotauro y el laberinto ; y en 1951, el volumen de relatos Bestiario. En Italia tradujo los ensayos y cuentos de Edgard A. Poe. En 1956 apareció un segundo volumen de relatos: Final del juego; y en 1959,Las armas secretas. Luego publica la novela Rayuela (1963), novela que rompe con los esquemas de lectura tradicionales considerándose como la "antinovela" por la crítica. Otros libros de relatos fueron: Todos los fuegos, el fuego (1967), Un tal Lucas (1979) y Queremos tanto a Glenda (1980).
El 12 de febrero 1984, Julio Cortazar muere de leucemia en La Ciudad de las Luces y es enterrado en el Cementerio de Montparnasse, en la tumba donde yacía Carol Dunlop, su esposa.
Continuidad de los parques
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestion de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subio los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oidos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subio los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oidos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
(Final del juego, 1956)
*
COMENTARIO: El cuento "Continuidad de los parques", incluido en Final del juego, presenta en su construcción dos historia paralelas que al inicio parece estar superpuestas en niveles diferentes (lector de la novela=realidad ficional/pareja de amantes=ficción dentro de la realidad ficcional) pero que al final aparecen como una misma realidad (ficcional), convirtiendo así el acto de la lectura y su relación con la realidad (real) en algo completamente relativo. Esta manera de narrar y retar al lector a completar el sentido del texto es una muestra de la teoría del lector activo (o "lector macho", como escribiera el mismo Cortazar), que poco después llevaría a su máxima expresión en la antinovelaRayuela. La continuidad de los parques es el elemento que sirve de entrada a los demás elementos coincidentes -como la casa de campo y sillón alto de terciopelo verde- que llevan a la convegencia de las historias paralelas en el cuento y a la vez sirve de título. Este texto de ficción narrativa es una pieza única, Cortazar lo escribe y rompe el molde.
Interesante tu entrada sobre Cortázar.
ResponderEliminarMe gustaría agregar un párrafo dicho por el escritor en una entrevista.Frase que hace a su personalidad, que nos lo muestra como el ser humano que era:"(...) ser un autor es una fatalidad, yo no tengo nada de que jactarme de ser escritor, lo fui porque me dio la gana, porque volvemos a lo de actividad lúdica, porque yo he jugado a ser escritor"